Dicen que una gitana en un barrio de Sevilla a un caballero que paseaba por la calle le quiso leer la mano. Éste, no agradándole lo que le quería hacer la muchacha, le retiró su mano dejándola airada ante el gesto, a lo que la gitanilla le recriminó su actitud.
El señor le indicó que tenía prisa, que le esperaban en el juzgado; a lo que la gitana le gritó: "Pues eah!; juicios tengas y los ganes".
Esta expresión, más que una "maldición gitana" ha pasado hoy a nuestros días como un dicho, como una frase hecha que viene a recordar lo mal que se pasa en un proceso judicial, y que aunque lo ganes, el tiempo (años) que dura este proceso es un mal trago para el que lo padece, sobre todo si lo gana, porque eso querrá decir que ese mal trago era injusto e innecesario para una persona inocente.
-- Publicado por VRedondoF para FRP el 6/27/2011 12:08:00 AM
Parece mentira pero ese "tío" que solemos usar en nuestro lenguaje coloquial para referirnos familiarmente a otra persona ya era usado en el siglo XVI. Nos lo cuenta Pancracio Celdrán en su libro "Hablar con corrección".
En concreto habla de un texto de Juan Rufo titulado Seiscientas Apotegmas en el que se dice:
Llamaremos, si tú quieres, por excusarnos de nombres, tíos a todos los hombres y tías a las mujeres.
También cuenta el señor Celdrán cómo en el siglo XIX hay muestras del uso de ese "tío" informal, como es este caso:
Amigo mío, ya no pienso como ayer… Para eso hay que tener cara de vaqueta, tío.
Y para acabar, un cuplé de 1918 titulado Paca la Peque, que decía:
El otro día… me dijo: oye, peque, si tu quisiera tendrías ya un taller de confección; le pregunté dónde y el tío fue y me dio un pellizco en el recibimiento.
Así que, aunque parezca moderno y hablar de jóvenes, eso del tío viene de lejos, de muy lejos.
Carlos Slim Helú, uno de los empresarios más ricos del mundo, dio a conocer su visión sobre el origen de la crisis financiera mundial, las consecuencias y los desafíos en la XIX Convención del Mercado de Valores celebrada ayer lunes.
En su primera ponencia en éste foro, al que había acudido solamente en tres ocasiones anteriores como asistente, Slim Helú no sólo criticó las acciones del Gobierno estadounidense ante la debacle originada por los créditos de alto riesgo (subprime), sino al sistema financiero mexicano por sus altas tasas de interés en crédito al consumo.
Entre las soluciones básicas para enfrentar un periodo de recesión mundial recomienda mantener el empleo y aprovechar los menores precios de materias primas para realizar obras de infraestructura.
A continuación te presentamos las frases más relevantes de la ponencia "comentarios sobre la crisis financiera y sus efectos en la economía real" que realizó Slim Helú cuyas empresas tiene un peso de 45% en el Índice de Precios y Cotizaciones, el principal indicador de la Bolsa Mexicana de Valores.
1.-
"Esta es la crisis financiera más grande,
no solo que yo haya vivido,
sino que a mí me parece que es la de mayor magnitud,
la más complicada o compleja y la más global que ha habido en años anteriores".
2.-
"Tuvimos por algún tiempo esperando o preocupados por la gripe aviar y nos llegó la pandemia financiera de Estados Unidos".
3.-
"Debajo de todo esto, en mi opinión,
hay una mala regulación y una peor supervisión.
Hablo a nivel mundial".
4.-
"Dinero fácil y en exceso.
O sea estamos viviendo,
como siempre en estas crisis,
un problema de excesos
en todos lados y de todo tipo".
5.-
"Salió la Sarbanes Oxley (regla normativa contable)
con exceso de información,
pero no revelando las informaciones más importantes".
6.-
"Todavía no sabemos bien a bien qué riesgos tienen muchas empresas y sobre todo los bancos".
7.-
"Todavía a estas alturas estamos aprendiendo
nuevos nombres de operaciones (financieras) inventadas,
pero la característica básica es grandes operaciones
en volúmenes muy importantes,
sin necesidad de garantía,
que dejaban muy buenas comisiones".
8.-
"Se había especulado tanto con alimentos
que iba a haber grandes problemas
de alimentación en todos los países,
pero especialmente en los más rezagados".
9.-
Con la crisis "surgen numerosos genios,
pero también muchos 'Rambos financieros', 'Rambos', adrenalinas que no les interesa ni ganar la guerra,
ni tener el poder,
les interesa estar en la guerra".
10.-
También surgió "mucho neófito
que también sin mucha más experiencia que la académica
entra y muchas veces sin conocer tampoco lo que pasó en el pasado o tener el elemental sentido común que permita darse cuenta que es imposible, insostenible estos altos rendimientos y esos crecer y crecer, esos full markets indefinidos".
11.-
"Lo que empezó a hacer el gobierno norteamericano también fue otro error, de repente parece ser que han actuado un poco tarde y cometiendo algunos errores, ojala y sean chicos los errores, no que se cometan los grandes errores, empezó comprando activos; yo creo que es un error, no solamente hay una antiselección y tenemos ya la experiencia mala del Fobaproa, sino que se vuelve una cantidad inmanejable, serían trillones de dólares los que tendrían que estar comprando".
12.-
"Estamos viviendo una situación muy especial que, desgraciadamente no va a durar un año, va a ser más larga. No hablo del mercado de valores,
hablo de la economía real,
y hay que tomar medidas
para evitar los efectos en esa economía real".
13.-
"Hay que tener muy presente en todo esto al deudor,
que no vuelva a pasar los del Fobaproa,
donde el deudor acabó perdiendo sus casas
porque se vendieron las hipotecas a 11 o 12 centavos a grupos que lo que querían era cobrar,
en lugar de darle al deudor".
14.-
"Esas tasas de interés son insostenibles (las de tarjeta de crédito en México), impagables en la mayoría de los casos y aunque hay un aumento en la cartera vencida muy alta, y eso puede justificar que la tasa sea mayor, sería un error tenerla tan alta porque lo que va a provocar es la falta de pago de los deudores de la tarjeta".
15.-
"Yo creo que si hay que ponerle un techo a esas tasas (de tarjeta de crédito) en contra de todo lo que piense la mayoría, no la mayoría de ustedes, sino de los bancos".
16.-
"No es importante el PIB (Producto Interno Bruto), no es importante si el PIB crece 2, 1 o menos 1, de hecho no creo que el crecimiento del PIB sea ni significativo en estas condiciones y que seguramente será muy malo (…) lo que hay que cuidar es la masa salarial y sobre todo el empleo".
17.-
"Cuidar la inflación, y para cuidar la inflación (se debe) frenar los precios de la gasolina y energía eléctrica
que ya están rebasando a los de Estados Unidos.
Pero si esos precios no se ajustan,
seguramente no habrá presiones inflacionarias importantes".
18.-
Esta crisis nos va a permitir soluciones estructurales de a de veras, no sólo a México, sino a Estados Unidos".
Carlos Slim Helú (Ciudad de México, 28 de enero de 1940) es un empresario mexicano. Ha sido considerado por la revista Forbes como el hombre más rico del ...
Se trata de una teoría que afirma que las mujeres sienten preferencia por sus hijos varones y éstos prefieren el cariño de sus madres al de sus padres.
En psicoanálisis, el complejo de Edipo, a veces también denominado conflicto edípico, se refiere al agregado complejo de emociones y sentimientos infantiles ...
Sorprende lo mucho que se puede decir con muy pocas palabras. En una sola frase se puede concentrar mucha sabiduría, mucho humor, mucha destreza, mucho ingenio…
Nacer es comezar a morir.
Teófilo Gautier
El honor de un pueblo pertenece a los muertos, los que viven sólo lo usufructúan.
George Bernanos
El mundo es una posada y la muerte es el final del viaje.
Juan Dryden
La vida de los muertos está en la memoria de los vivos.
Marco Tulio Cicerón
Un bello morir honra toda una vida.
Francesco Petrarca
Los moribundos que hablan de su testamento pueden confiar en ser escuchados como si fueran oráculos.
Jean de la Bruyère
Lo único que nos separa de la muerte es el tiempo.
Ernest Hemingway
Feliz el que ha muerto antes de desear la muerte.
Rosamon Lehman
La muerte no es más que un cambio de misión.
León Tolstor
Mejor es morir de una vez que vivir temiendo la vida.
La horrible conclusión que se había ido abriendo camino en mi espíritu de manera gradual era ahora una terrible certeza. Estaba perdido por completo, perdido sin esperanza en el amplio y laberíntico recinto de la caverna de Mamut. Dirigiese a donde dirigiese mi esforzada vista, no podía encontrar ningún objeto que me sirviese de punto de referencia para alcanzar el camino de salida. No podía mi razón albergar la más ligera esperanza de volver jamás a contemplar la bendita luz del día, ni de pasear por los valles y las colinas agradables del hermoso mundo exterior. La esperanza se había desvanecido.
A pesar de todo, educado como estaba por una vida entera de estudios filosóficos, obtuve una satisfacción no pequeña de mi conducta desapasionada; porque, aunque había leído con frecuencia sobre el salvaje frenesí en el que caían las víctimas de situaciones similares, no experimenté nada de esto, sino que permanecí tranquilo tan pronto como comprendí que estaba perdido.
Tampoco me hizo perder ni por un momento la compostura la idea de que era probable que hubiese vagado hasta más allá de los límites en los que se me buscaría. Si había de morir -reflexioné-, aquella caverna terrible pero majestuosa sería un sepulcro mejor que el que pudiera ofrecerme cualquier cementerio; había en esta concepción una dosis mayor de tranquilidad que de desesperación.
Mi destino final sería perecer de hambre, estaba seguro de ello. Sabía que algunos se habían vuelto locos en circunstancias como esta, pero no acabaría yo así. Yo solo era el causante de mi desgracia: me había separado del grupo de visitantes sin que el guía lo advirtiera; y, después de vagar durante una hora aproximadamente por las galerías prohibidas de la caverna, me encontré incapaz de volver atrás por los mismos vericuetos tortuosos que había seguido desde que abandoné a mis compañeros.
Mi antorcha comenzaba a expirar, pronto estaría envuelto en la negrura total y casi palpable de las entrañas de la tierra. Mientras me encontraba bajo la luz poco firme y evanescente, medité sobre las circunstancias exactas en las que se produciría mi próximo fin. Recordé los relatos que había escuchado sobre la colonia de tuberculosos que establecieron su residencia en estas grutas titánicas, por ver de encontrar la salud en el aire sano, al parecer, del mundo subterráneo, cuya temperatura era uniforme, para su atmósfera e impregnado su ámbito de una apacible quietud; en vez de la salud, habían encontrado una muerte extraña y horrible.
Yo había visto las tristes ruinas de sus viviendas defectuosamente construidas, al pasar junto a ellas con el grupo; y me había preguntado qué clase de influencia ejercía sobre alguien tan sano y vigoroso como yo una estancia prolongada en esta caverna inmensa y silenciosa. Y ahora, me dije con lóbrego humor, había llegado mi oportunidad de comprobarlo; si es que la necesidad de alimentos no apresuraba con demasiada rapidez mi salida de este mundo.
Resolví no dejar piedra sin remover, ni desdeñar ningún medio posible de escape, en tanto que se desvanecían en la oscuridad los últimos rayos espasmódicos de mi antorcha; de modo que -apelando a toda la fuerza de mis pulmones- proferí una serie de gritos fuertes, con la esperanza de que mi clamor atrajese la atención del guía. Sin embargo, pensé mientras gritaba que mis llamadas no tenían objeto y que mi voz -aunque magnificada y reflejada por los innumerables muros del negro laberinto que me rodeaba- no alcanzaría más oídos que los míos propios.
Al mismo tiempo, sin embargo, mi atención quedó fijada con un sobresalto al imaginar que escuchaba el suave ruido de pasos aproximándose sobre el rocoso pavimento de la caverna.
¿Estaba a punto de recuperar tan pronto la libertad? ¿Habrían sido entonces vanas todas mis horribles aprensiones? ¿Se habría dado cuenta el guía de mi ausencia no autorizada del grupo y seguiría mi rastro por el laberinto de piedra caliza? Alentado por estas preguntas jubilosas que afloraban en mi imaginación, me hallaba dispuesto a renovar mis gritos con objeto de ser descubierto lo antes posible, cuando, en un instante, mi deleite se convirtió en horror a medida que escuchaba: mi oído, que siempre había sido agudo, y que estaba ahora mucho más agudizado por el completo silencio de la caverna, trajo a mi confusa mente la noción temible e inesperada de que tales pasos no eran los que correspondían a ningún ser humano mortal.
Los pasos del guía, que llevaba botas, hubieran sonado en la quietud ultraterrena de aquella región subterránea como una serie de golpes agudos e incisivos. Estos impactos, sin embargo, eran blandos y cautelosos, como producidos por las garras de un felino. Además, al escuchar con atención me pareció distinguir las pisadas de cuatro patas, en lugar de dos pies.
Quedé entonces convencido de que mis gritos habían despertado y atraído a alguna bestia feroz, quizás a un puma que se hubiera extraviado accidentalmente en el interior de la caverna. Consideré que era posible que el Todopoderoso hubiese elegido para mí una muerte más rápida y piadosa que la que me sobrevendría por hambre; sin embargo, el instinto de conservación, que nunca duerme del todo, se agitó en mi seno; y aunque el escapar del peligro que se aproximaba no serviría sino para preservarme para un fin más duro y prolongado, determiné a pesar de todo vender mi vida lo más cara posible.
Por muy extraño que pueda parecer, no podía mi mente atribuir al visitante intenciones que no fueran hostiles. Por consiguiente, me quedé muy quieto, con la esperanza de que la bestia -al no escuchar ningún sonido que le sirviera de guía- perdiese el rumbo, como me había sucedido a mí, y pasase de largo a mi lado. Pero no estaba destinada esta esperanza a realizarse: los extraños pasos avanzaban sin titubear, era evidente que el animal sentía mi olor, que sin duda podía seguirse desde una gran distancia en una atmósfera como la caverna, libre por completo de otros efluvios que pudieran distraerlo.
Me di cuenta, por tanto, de que debía estar armado para defenderme de un misterioso e invisible ataque en la oscuridad y tanteé a mi alrededor en busca de los mayores entre los fragmentos de roca que estaban esparcidos por todas partes en el suelo de la caverna, y tomando uno en cada mano para su uso inmediato, esperé con resignación el resultado inevitable. Mientras tanto, las horrendas pisadas de las zarpas se aproximaban.
En verdad, era extraña en exceso la conducta de aquella criatura. La mayor parte del tiempo, las pisadas parecían ser las de un cuadrúpedo que caminase con una singular falta de concordancia entre las patas anteriores y posteriores, pero -a intervalos breves y frecuentes- me parecía que tan solo dos patas realizaban el proceso de locomoción.
Me preguntaba cuál sería la especie de animal que iba a enfrentarse conmigo; debía tratarse, pensé, de alguna bestia desafortunada que había pagado la curiosidad que la llevó a investigar una de las entradas de la temible gruta con un confinamiento de por vida en sus recintos interminables. Sin duda le servirían de alimento los peces ciegos, murciélagos y ratas de la caverna, así como alguno de los peces que son arrastrados a su interior cada crecida del Río Verde, que comunica de cierta manera oculta con las aguas subterráneas.
Ocupé mi terrible vigilia con grotescas conjeturas sobre las alteraciones que podría haber producido la vida en la caverna sobre la estructura física del animal; recordaba la terrible apariencia que atribuía la tradición local a los tuberculosos que allí murieron tras una larga residencia en las profundidades. Entonces recordé con sobresalto que, aunque llegase a abatir a mi antagonista, nunca contemplaría su forma, ya que mi antorcha se había extinguido hacía tiempo y yo estaba por completo desprovisto de fósforos.
La tensión de mi mente se hizo entonces tremenda. Mi fantasía dislocada hizo surgir formas terribles y terroríficas de la siniestra oscuridad que me rodeaba y que parecía verdaderamente apretarse en torno de mi cuerpo. Parecía yo a punto de dejar escapar un agudo grito, pero, aunque hubiese sido lo bastante irresponsable para hacer tal cosa, a duras penas habría respondido mi voz.
Estaba petrificado, enraizado al lugar en donde me encontraba. Dudaba que pudiera mi mano derecha lanzar el proyectil a la cosa que se acercaba, cuando llegase el momento crucial. Ahora el decidido "pat, pat" de las pisadas estaba casi al alcance de la mano; luego, muy cerca. Podía escuchar la trabajosa respiración del animal y, aunque estaba paralizado por el terror, comprendí que debía de haber recorrido una distancia considerable y que estaba correspondientemente fatigado.
De pronto se rompió el hechizo; mi mano, guiada por mi sentido del oído -siempre digno de confianza- lanzó con todas sus fuerzas la piedra afilada hacia el punto en la oscuridad de donde procedía la fuerte respiración, y puedo informar con alegría que casi alcanzó su objetivo: escuché cómo la cosa saltaba y volvía a caer a cierta distancia; allí pareció detenerse.
Después de reajustar la puntería, descargué el segundo proyectil, con mayor efectividad esta vez; escuché caer la criatura, vencida por completo, y permaneció yaciente e inmóvil. Casi agobiado por el alivio que me invadió, me apoyé en la pared. La respiración de la bestia se seguía oyendo, en forma de jadeantes y pesadas inhalaciones y exhalaciones; deduje de ello que no había hecho más que herirla. Y entonces perdí todo deseo de examinarla.
Al fin, un miedo supersticioso, irracional, se había manifestado en mi cerebro, y no me acerqué al cuerpo ni continué arrojándole piedras para completar la extinción de su vida. En lugar de esto, corrí a toda velocidad en lo que era -tan aproximadamente como pude juzgarlo en mi condición de frenesí- la dirección por la que había llegado hasta allí.
De pronto escuché un sonido, o más bien una sucesión regular de sonidos. Al momento siguiente se habían convertido en una serie de agudos chasquidos metálicos. Esta vez no había duda: era el guía. Entonces grité, aullé, reí incluso de alegría al contemplar en el techo abovedado el débil fulgor que sabía era la luz reflejada de una antorcha que se acercaba.
Corrí al encuentro del resplandor y, antes de que pudiese comprender por completo lo que había ocurrido, estaba postrado a los pies del guía y besaba sus botas mientras balbuceaba -a despecho de la orgullosa reserva que es habitual en mí- explicaciones sin sentido, como un idiota. Contaba con frenesí mi terrible historia; y, al mismo tiempo, abrumaba a quien me escuchaba con protestas de gratitud. Volví por último a algo parecido a mi estado normal de conciencia.
El guía había advertido mi ausencia al regresar el grupo a la entrada de la caverna y -guiado por su propio sentido intuitivo de la orientación- se había dedicado a explorar a conciencia los pasadizos laterales que se extendían más allá del lugar en el que había hablado conmigo por última vez; y localizó mi posición tras una búsqueda de más de tres horas. Después de que hubo relatado esto, yo, envalentonado por su antorcha y por su compañía, empecé a reflexionar sobre la extraña bestia a la que había herido a poca distancia de allí, en la oscuridad, y sugerí que averiguásemos, con la ayuda de la antorcha, qué clase de criatura había sido mi víctima.
Por consiguiente volví sobre mis pasos, hasta el escenario de la terrible experiencia. Pronto descubrimos en el suelo un objeto blanco, más blanco incluso que la reluciente piedra caliza. Nos acercamos con cautela y dejamos escapar una simultánea exclamación de asombro. Porque éste era el más extraño de todos los monstruos extranaturales que cada uno de nosotros dos hubiera contemplado en la vida.
Resultó tratarse de un mono antropoide de grandes proporciones, escapado quizás de algún zoológico ambulante: su pelaje era blanco como la nieve, cosa que sin duda se debía a la calcinadora acción de una larga permanencia en el interior de los negros confines de las cavernas; y era también sorprendentemente escaso, y estaba ausente en casi todo el cuerpo, salvo de la cabeza; era allí abundante y tan largo que caía en profusión sobre los hombros.
Tenía la cara vuelta del lado opuesto a donde estábamos, y la criatura yacía casi directamente sobre ella. La inclinación de los miembros era singular, aunque explicaba la alternancia en su uso que yo había advertido antes, por lo que la bestia avanzaba a veces a cuatro patas, y otras en sólo dos.
De las puntas de sus dedos se extendían uñas largas, como de rata. Los pies no eran prensiles, hecho que atribuí a la larga residencia en la caverna que, como ya he dicho antes, parecía también la causa evidente de su blancura total y casi ultraterrena, tan característica de toda su anatomía. Parecía carecer de cola.
La respiración se había debilitado mucho, y el guía sacó su pistola con la clara intención de despachar a la criatura, cuando de súbito un sonido que ésta emitió hizo que el arma se le cayera de las manos sin ser usada. Resulta difícil describir la naturaleza de tal sonido. No tenía el tono normal de cualquier especie conocida de simios, y me pregunté si su cualidad extranatural no sería resultado de un silencio completo y continuado por largo tiempo, roto por la sensación de llegada de luz, que la bestia no debía de haber visto desde que entró por vez primera en la caverna.
El sonido, que intentaré describir como una especie de parloteo en tono profundo, continuó débilmente. Al mismo tiempo, un fugaz espasmo de energía pareció conmover el cuerpo del animal. Las garras hicieron un movimiento convulsivo, y los miembros se contrajeron. Con una convulsión del cuerpo rodó sobre sí mismo, de modo que la cara quedó vuelta hacia nosotros.
Quedé por un momento tan petrificado de espanto por los ojos de esta manera revelados que no me apercibí de nada más. Eran negros aquellos ojos; de una negrura profunda en horrible contraste con la piel y el cabello de nívea blancura. Como los de las otras especies cavernícolas, estaban profundamente hundidos en sus órbitas y por completo desprovistos de iris.
Cuando miré con mayor atención, vi que estaban enclavados en un rostro menos prognático que el de los monos corrientes, e infinitamente menos velludo. La nariz era prominente. Mientras contemplábamos la enigmática visión que se representaba a nuestros ojos, los gruesos labios se abrieron y varios sonidos emanaron de ellos, tras lo cual la cosa se sumió en el descanso de la muerte.
El guía se aferró a la manga de mi chaqueta y tembló con tal violencia que la luz se estremeció convulsivamente, proyectando en la pared fantasmagóricas sombras en movimiento.
Yo no me moví; me había quedado rígido, con los ojos llenos de horror, fijos en el suelo delante de mí.
El miedo me abandonó, y en su lugar se sucedieron los sentimientos de asombro, compasión y respeto; los sonidos que murmuró la criatura abatida que yacía entre las rocas calizas nos revelaron la tremenda verdad: la criatura que yo había matado, la extraña bestia de la cueva maldita, era -o había sido alguna vez- ¡¡¡un hombre!!!
FIN
La bestia en la cueva[Cuento. Texto completo] H.P. Lovecraft
H. P. Lovecraft nació el 20 de agosto de 1890 a las 9 de la mañana en el hogar familiar situado en el Nº 194 (hoy 454) de Angell Street, en Providence, ...