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[FRP] Refranes podados



Muchos refranes se citan de manera incompleta.
Ya sea por economía lingüística, por abreviar o por desconocimiento, muchos de los actuales refranes han perdido su segundo hemistiquio (su segunda mitad).
Hay multitud de ejemplos, de los que se citarán unos cuantos:
Por dinero baila el perro (no por el son que toca el ciego).


En todas partes cuecen habas (y en mi casa a calderadas).


Cada loco con su tema (y cada llaga con su postema).


El buen paño en el arca se vende (mas el malo verse quiere).


Una de cal y otra de arena (y la obra saldrá buena).


Quien tiene boca se equivoca (pero quien tiene seso no dice eso).




Refranes podados



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Publicado por VRedondoF para FRP el 9/30/2010 06:28:00 PM
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[CyP] La toma del reducto - Próspero Mérimée



Un militar amigo mío, muerto de fiebre en Grecia hace unos años, me narró un día la primera acción de guerra en que tomó parte. Su relato me interesó en grado tal que lo reproduje de memoria, en cuanto tuve oportunidad para ello. Helo aquí:
-Me incorporé a mi regimiento el 4 de septiembre por la tarde. Di con el coronel en el cuerpo de guardia: en el primer momento me recibió con cierta hosquedad; pero después de leer la carta de presentación que me había dado el general B., cambió de modales y me dirigió algunas palabras corteses.
Fui presentado por él a mi capitán en el mismo instante en que este último volvía de un reconocimiento. El capitán, a quien no tuve en verdad tiempo de conocer, era un hombre alto, moreno, de fisonomía dura y repulsiva. De soldado raso había ido ganando galones y la cruz en los diversos campos de batalla. La voz, ronca y débil, contrastaba singularmente con su estatura casi gigantesca. Me dijeron que le había quedado esa voz rara después de que un balazo lo atravesara de parte a parte en la batalla de Jena.
Al enterarse de que yo venía de la escuela de Fontainebleau, torció el gesto y dijo:
-Mi teniente murió ayer.
Comprendí que quería decir: «Usted es quien ha de reemplazarlo y no tiene capacidad para ello». Un comentario burlón asomó a mis labios; pero me contuve.
La luna se alzó por detrás del reducto de Cheverino, situado a dos tiros de cañón de nuestro vivac. Era una luna grande y roja, como se presenta siempre al levantarse. Pero esa tarde me pareció de dimensiones extraordinarias. Por un momento, el reducto se destacó, negro, en el disco brillante de la luna. Parecía el cono de un volcán en el instante en que se produce la erupción.
Un viejo soldado junto al que me encontraba advirtió el color de la luna.
-¡Está muy roja -dijo-, eso es señal que ha de costar mucho el famoso reducto!
Siempre he sido supersticioso, y semejante augurio, en un momento tal, sobre todo, me impresionó. Me acosté, pero no pude dormir. Me levanté y caminé algún tiempo, observando la inmensa línea de fuego que cubría las alturas más allá de la aldea de Cheverino.
Cuando supuse que el aire fresco y vivo de la noche me hubiera calmado el ardor de la sangre, me volví junto a la lumbre, me arrebujé cuidadosamente en la capa y entorné los párpados pensando no tener que abrirlos hasta el amanecer. Pero el sueño me fue esquivo. Insensiblemente mis imaginaciones iban tomando un tinte lúgubre. Me decía que no contaba con un solo amigo entre los cien mil hombres que cubrían esa estepa. Si cayera herido, habría de ir a un hospital donde sería tratado sin mimos por ignorantes cirujanos. Lo que había oído referir de las operaciones de emergencia me volvía vivamente a la memoria. El corazón me latía con violencia, y, como movido por instintiva precaución, corría el pañuelo y la cartera, a modo de coraza, sobre el pecho. La fatiga me agobiaba; me adormecía a ratos, pero al instante alguna idea siniestra rebullía en mi mente y me despertaba sobresaltado.
No obstante, el cansancio venció y cuando tocaron diana dormía yo profundamente. Nos colocamos en línea de batalla; se pasó lista; luego volvimos a poner las armas en pabellón, y todo parecía anunciar que la jornada habría de transcurrir tranquila.
Hacia las tres llegó un edecán trayendo una orden. Nos mandaron que recogiéramos las armas; nuestros tiradores se desparramaron por el llano; nosotros los seguimos lentamente, y, veinte minutos después, vimos que todos los puestos avanzados de los rusos se replegaban al amparo del reducto.
Se estableció una batería de campaña a nuestra derecha, otra a la izquierda, pero ambas mucho más adelante que nosotros. Abrieron fuego vivo contra el enemigo, el cual respondió con energía, de manera que pronto el reducto de Cheverino desapareció cubierto por una espesa nube de humo.
Nuestro regimiento se veía casi abrigado del fuego ruso por una ondulación del terreno. Las balas, que rara vez llegaban hasta nuestras líneas (pues tiraban de preferencia a los artilleros), pasaban por sobre nuestras cabezas y, cuando más, nos salpicaban con la tierra que arrancaban o con trocitos de piedras.
En cuanto recibimos orden de avanzar, mi capitán me miró con tal atención que me forzó a pasarme dos o tres veces la mano por el naciente bigote con todo el despejo que pude. Por lo demás, yo no sentía miedo, y el único temor que me asaltaba era el de que creyeran que estaba acobardado. Aquellas balas de cañón inofensivas contribuían no poco a conservar incólume la heroica tranquilidad de mi ánimo. Mi amor propio me aseguraba que estaba en verdadero peligro, puesto que, en fin, me veía bajo el fuego de una batería enemiga. Me encantaba sentirme con espíritu tan libre de toda aprensión y saboreaba de antemano el placer de contar algún día cómo habíamos tomado el reducto de Cheverino, en el salón de la señora de B., en la calle de Provenza.
El coronel pasó por delante de nuestra compañía; me dirigió algunas palabras: «¡Y bien, parece que las va a ver usted duras en su iniciación!». Sonreí con aire enteramente marcial, mientras me sacudía la manga, sobre la que una bala de cañón, al caer a unos treinta pasos de donde yo me hallaba, había salpicado un poco de polvo.
Al parecer, los rusos se dieron cuenta del escaso resultado de su cañoneo, pues comenzaron a arrojarnos obuses, con los que más fácilmente podían alcanzarnos en el hueco en que nos habíamos abrigado. Un trozo bastante grande de casco me quitó el morrión1 y dio muerte a un hombre que estaba a mi lado.
-Lo felicito -me dijo el capitán mientras yo recogía el morrión caído-; ya está usted libre para toda la jornada.
No me era desconocida esta superstición militar según la cual el axioma non bis in ídem puede aplicarse lo mismo en el campo de batalla que ante una corte de justicia. Me cubrí lleno de altivez con mi morrión.
-Esto es obligar a la gente a que salude a pesar suyo -dije lo más alegremente que pude. Y aquel chiste de mala ley, en tales circunstancias, pareció excelente.
-Lo felicito -repitió el capitán- no ha de ocurrirle nada más y esta noche mandará usted una compañía, porque presiento que la cosa arde para mí. Cada vez que he sido herido, lo he sido después que el oficial que me acompañaba fuera alcanzado por alguna bala fría, y -agregó en tono más bajo, como avergonzado-, en todos los casos los nombres de los oficiales empezaban con P.
Yo simulé entera despreocupación; mucha gente lo hubiera hecho como yo; mucha gente, también, habría quedado como yo impresionada por aquellas proféticas palabras. Novicio como era, comprendía que no cabía decir a nadie lo que estaba sintiendo y que debía en todo momento manifestar la más serena intrepidez.
Al cabo de media hora disminuyó sensiblemente el fuego de las baterías rusas y entonces salimos fuera del abrigo para avanzar hacia el reducto.
Tres batallones integraban nuestro regimiento. Al segundo se le encomendó que tomara de franqueo el reducto, por la parte de la gola; los otros dos lo asaltarían de frente. El mío era el tercer batallón.
En cuanto surgimos de aquella suerte de espaldón que nos había protegido, nos recibieron los enemigos con varias descargas de mosquetería que causaron poco daño en nuestras filas. El silbido de las balas me sorprendió; volví a veces la cabeza instintivamente, provocando con ello algunas bromas de mis camaradas familiarizados ya con ese ruido.
-En resumidas cuentas -me dije- no es cosa tan terrible una batalla.
Avanzábamos a la carrera, precedidos por los tiradores; de pronto, los rusos arrojaron tres hurras, tres hurras bien claros, permaneciendo luego silenciosos, sin tirar.
-No me gusta este silencio -dijo mi capitán- no anuncia nada bueno.
A mí me pareció que nuestra gente era en exceso chillona; no pude menos de comparar, en mi fuero interno, el clamor tumultuoso que producía con el imponente silencio del enemigo.
Llegamos con rapidez hasta el pie del reducto; la empalizada aparecía destruida y la tierra abierta por efectos del cañoneo. Los soldados se abalanzaron con ímpetu sobre aquellas recientes ruinas, gritando ¡Viva el Emperador! tan fuertemente como no hubiera sido de esperarse de gente que había ya gritado tanto.
Alcé la mirada: nunca podré olvidar el espectáculo que se me ofreció. Gran parte del humo se había elevado y quedaba suspendido como un dosel a veinte pies por sobre el reducto. A través de la nube azulada, se veía, detrás del parapeto semiderruido, a los granaderos rusos con el arma alzada, inmóviles como estatuas. Me parece ver todavía a cada uno de aquellos soldados, puesta la mirada del ojo izquierdo en nosotros, oculto el ojo derecho tras el fusil levantado. En una tronera, a pocos pies de distancia de nosotros, un hombre con un cohete de guerra en la mano, se erguía junto a un cañón.
Me estremecí, pensando que era llegada mi última hora.
-El baile va a empezar -exclamó mi capitán- ¡buenas noches!
Fueron las últimas palabras que oí de sus labios.
Un redoble de tambores resonó en el reducto. Vi cómo bajaban hacia nosotros los caños de los fusiles. Cerré los ojos y oí un espantoso estruendo, seguido de gritos y gemidos. Abrí los ojos, sorprendido de estar vivo todavía. El reducto se me apareció envuelto en humo nuevamente. Yo estaba rodeado de heridos y de muertos. A mis pies yacía el capitán: una bala de cañón le había destrozado la cabeza y sobre mí habían llovido partículas de sus sesos y gotas de sangre. De toda la compañía no quedábamos en pie más que seis hombres y yo.
Un momento de estupor sucedió a aquella horrenda carnicería. El coronel, alzando el sombrero en la punta de la espada, trepó antes que nadie por el parapeto, al grito de ¡Viva el Emperador! Detrás de él siguieron de inmediato los sobrevivientes.
No tengo casi recuerdos netos de lo que ocurrió después. Entramos en el reducto, no sé cómo. Nos batimos cuerpo a cuerpo entre el humo tan espeso que no podíamos vernos unos a otros. Creo que herí con mi sable, puesto que lo tenía lleno de sangre. En fin, oí gritos de «¡Victoria!» y al disiparse el humo noté que los muertos y la sangre ocultaban la tierra del reducto. Los cañones, sobre todo, desaparecían bajo montones de cadáveres. Alrededor de doscientos hombres, de pie, con uniforme francés, formaban grupos desordenados, unos cargando sus fusiles, enjugando otros las bayonetas. Once prisioneros rusos estaban con ellos.
El coronel yacía ensangrentado sobre un arcón de municiones roto, cerca de la gola del reducto. Algunos soldados lo rodeaban solícitos. Yo me aproximé.
-¿Dónde está el capitán más antiguo? -le preguntó a un sargento.
El sargento se encogió de hombros con gesto muy expresivo.
-¿Y el teniente más antiguo?
-Aquí está el señor, que llegó ayer -dijo el sargento con tono perfectamente tranquilo.
El coronel sonrió amargamente.
-Bien, señor -me dijo-. Tomará usted el mando. Haga fortificar rápidamente la gola del reducto con estos furgones, pues el enemigo tiene muchas tropas; pero el general C... le prestará apoyo.
-Coronel -le dije-, ¿está usted herido de gravedad?
-Yo estoy jo... robado, querido; ¡pero hemos tomado el reducto!
FIN

1. Morrión: Casco de soldado de infantería usado en los ss. XVI y XVII, caracterizado por sus bordes arqueados y por la cresta que lo coronaba.


La toma del reducto
[Cuento. Texto completo]
Próspero Mérimée

Prosper Mérimée - Wikipedia, la enciclopedia libre

Prosper Mérimée (París, 28 de septiembre de 1803 – Cannes, 23 de septiembre de 1870), escritor, historiador y arqueólogo francés. En una de sus novelas está ...
es.wikipedia.org/wiki/Prosper_Mérimée - En caché - Similares


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Publicado por VRedondoF para CyP el 9/29/2010 10:08:00 AM
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[FRP] Matar el gusanillo... ¿o no?




La expresión "matar el gusanillo" corresponde a una antigua creencia popular, generalizada y vigente hasta el siglo XIX, sobre la existencia de gusanos en el cuerpo humano.
Aunque, como también veremos, y hace no tanto tiempo, ha habido otros que han propuesto "novedosos" tratamientos para adelgazar consistentes en la ingestión de estos bichos vivos, en concreto la Tenia, también conocida como "solitaria".

Por 
Guillermo


Así, según una leyenda asiria del siglo VII a. C., 
el dolor de muelas lo causaba un gusano que bebía la sangre del diente y se alimentaba con sus raíces.

También en la época medieval los dentistas enseñaban que las caries eran causadas por "gusanos de los dientes", que los perforaban de dentro hacia fuera.

En el siglo XVI, Juan Baptiste Bruyére Champier, médico de Francisco I de Francia, habla en su libro "
De recibaria" de la conveniencia de comer tostadas de pan con mantequilla y ajo "con el fin de matar los gusanillos que existen en las entrañas".

Teorías similares tuvieron vigencia hasta el siglo XIX.

Así pues, la expresión "matar el gusanillo" significa en castellano castizo 
beber aguardiente en ayunas, precisamente para así acabar con ese bicho, aunque en la actualidad significa satisfacer momentáneamente el hambre, la curiosidad o un deseo.
Pero si durante siglos los médicos han tratado de combatir contra el vil gusano que supuestamente habitaba en nuestras entrañas, también ha existido gente para todo…
Atención a este anuncio publicitario de principios del siglo XX que he encontrado mientras buscaba información para este artículo:

Se trata de un tratamiento para adelgazar, sin dietas ni ejercicio, simplemente… ingiriendo 
tenias vivas, eso sí, previamente "desinfectadas" (¿?) y "fáciles de tragar".
"¡Coma, coma, coma y esté siempre delgado! ¿Cómo?, con tenias desinfectadas"

Supongo que se trataba de una broma de entonces… ¿o tal vez no?

Fuentes y más información:
Revista Historia y Vida nº158, mayo 1981, RAEdontdatethatdudetinet.cat, y demás enlaces del texto.


Premios Bitacoras 2010
La Aldea Irreductible: categoría de blog cultural
Podcast Irreductible: categoría de Podcast.


Matar el gusanillo... ¿o no?





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Publicado por VRedondoF para FRP el 9/27/2010 06:05:00 PM
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[CyP] Los siete mensajeros

Dino Buzzati - Wikipedia, la enciclopedia libre

Dino Buzzati (Belluno, 16 de octubre de 1906 – Milán, 28 de enero de 1972) fue un novelista y escritor de relatos italiano, así como periodista del Corriere ...
es.wikipedia.org/wiki/Dino_Buzzati - En caché - Similares




Habiendo salido a explorar el reino de mi padre, día a día voy alejándome de la ciudad y las noticias que me llegan son cada vez más raras.
Comencé el viaje cuando tenía poco más de treinta años y han pasado ya más de ocho años, seis meses y quince días de ininterrumpido camino.
Creía, en el momento de partir, que en pocas semanas habría alcanzado los confines del reino; por el contrario, seguí encontrando nuevas gentes y países y en todas partes hombres que hablaban mi mismo idioma y que decían ser mis súbditos. A veces pienso que la brújula de mi geógrafo se ha enloquecido y que, creyendo avanzar siempre hacia el sur, en realidad damos vueltas sobre nuestros propios pasos sin aumentar jamás la distancia que nos separa de la capital; esto podría explicar por qué no estamos ahora junto a la extrema frontera.
Pero más frecuentemente me atormenta la duda de que este confín no existía, que el reino se extienda sin límite alguno y que, por más que yo avance, jamás podré arribar a la frontera. Empecé el viaje cuando tenía más de treinta años, demasiado tarde, quizás. Los amigos, los mismos familiares, se burlaban de mi proyecto, opinando que iba a despilfarrar los mejores años de mi vida. Pocos de mis leales, en realidad, aceptaron partir.
Si bien era algo descuidado -mucho más que ahora- me preocupé de poder comunicarme, durante el viaje, con mis seres queridos; entre los caballeros de la escolta elegí los siete mejores para que me sirvieran de mensajeros. Creí, ignorante de mí, que tener siete mensajeros era una verdadera exageración.
Con el transcurso del tiempo advertí, por el contrario, que eran ridículamente pocos, a pesar de que ninguno de ellos fue asaltado por los bandidos ni malogró su cabalgadura. Los siete me han servido con una tenacidad y una devoción que difícilmente podré recompensar.
Para distinguirlos con facilidad les puse nombres cuyas iniciales eran alfabéticamente progresivas: Alejandro, Benito, Carlos, Daniel, Eduardo, Federico, Gregorio.
Poco acostumbrado a estar lejos de mi casa, envié al primero, Alejandro, al caer la noche del segundo día de viaje, cuando habíamos recorrido ya unas ochenta leguas. A la noche siguiente, para asegurarme la continuidad de las comunicaciones, envié al segundo, después al tercero, después al cuarto, consecutivamente, hasta la octava tarde del viaje en que partió Gregorio. El primero todavía no había regresado.
Llegó la décima noche mientras acampábamos en un valle deshabitado. Supe por Alejandro que su rapidez había sido menor a la prevista; había pensado que, yendo separado y en un corcel inmejorable, podría recorrer en el mismo tiempo el doble de distancia que nosotros, pero no había recorrido el doble, sino sólo una vez y media; en unas jornadas, mientras nosotros avanzábamos cuarenta leguas, él avanzaba sesenta, pero no más.
Lo mismo pasó con los otros. Benito, que partió la tercera noche del viaje, retornó recién a la décima quinta; Carlos, que partió a la cuarta noche, nos alcanzó en la vigésima. Muy pronto comprendí que bastaba multiplicar por cinco los días que llevábamos viajando para saber cuándo volvería el mensajero.
Al alejarnos constantemente de la capital, el itinerario de los mensajeros se hacía cada vez más largo. Después de cincuenta días de camino el intervalo entre un arribo u otro comenzó a espaciarse sensiblemente; mientras antes veía llegar al campamento un mensajero cada cinco días, el intervalo llegó a hacerse de veinticinco días; la voz de mi ciudad, de esa manera, se volvía cada vez más apagada: pasábamos semanas enteras sin tener ninguna noticia.
Una vez que transcurrieron seis meses -ya habíamos atravesado los montes Fasani- el intervalo entre uno y otro arribo de los mensajeros aumentó a cuatro meses. Ahora ellos me traían noticias lejanas; el sobre me llegaba ajado, muchas veces con manchas de humedad, debido a las noches que el portador se había visto obligado a pasar al sereno.
Avanzábamos aún. En vano buscaba persuadirme de que las nubes que se deslizaban rápidamente sobre mí eran iguales a las de mi niñez, que el cielo de la ciudad lejana no era diferente de la cúpula azul que tenía sobre mí, que el aire era el mismo, igual el soplo del viento, idénticas las voces de los pájaros. Las nubes, el cielo, el aire, los vientos, los pájaros se me aparecían en verdad, como cosas nuevas y diversas; y yo me sentía extranjero.
¡Adelante! ¡Adelante! Vagabundos encontrados por la llanura me decían que los confines no estaban lejos. Yo incitaba a mis hombres a no descansar, borraba las palabras descorazonadoras que se formaban sobre sus labios.
Ya habían pasado cuatro años de mi partida. ¡Qué larga fatiga! La capital, mi casa, mi padre, se habían vuelto extrañamente remotos, casi no me parecían reales. Ahora pasaban fácilmente veinte meses entre las sucesivas apariciones de los mensajeros. Me traían curiosas misivas amarillentas por el tiempo y en ella encontraba nombres olvidados, modos de decir insólitos para mí, sentimientos que no lograba comprender. A la mañana siguiente, después de una sola noche de reposo, mientras nosotros nos poníamos en camino, el mensajero partía en dirección opuesta, llevando a la ciudad las cartas que yo había preparado en ese mismo tiempo.
Pero ya han transcurrido ocho años y medio. Esta noche cenaba solo en mi tienda cuando entró Daniel, que aún lograba sonreír, aunque estaba muerto de cansancio. Hace casi siete años que no lo veía. Durante todo este período larguísimo no ha hecho más que correr, atravesando praderas, bosques y desiertos, cambiando quién sabe cuántas veces de cabalgadura, para traerme el paquete de sobres que hasta ahora no he tenido deseos de abrir. Ya se fue a dormir y volverá a partir mañana mismo, al amanecer.
Partirá por última vez. Consultando el calendario calculé que, aunque todo salga bien, yo continuando mi camino como lo he hecho hasta ahora y él el suyo, no podré volver a ver a Daniel hasta dentro de treinta y cuatro años. Entonces tendré setenta y dos.
Pero comienzo a sentirme cansado y es probable que me muera antes. No lo volveré a ver. Dentro de treinta y cuatro años (quizás antes, mucho antes) Daniel descubrirá, inesperadamente, los fuegos de mi campamento y se preguntará por qué nunca antes le resultó el trayecto tan corto.
Como esta noche, el buen mensajero entrará en mi tienda con las cartas amarillas, llenas de absurdas noticias de un tiempo ya sepultado; pero se detendrá en el umbral y me verá inmóvil tendido sobre el camastro, flanqueado por dos soldados con antorchas, muerto.
¡Anda, pues, Daniel, y no me digas que soy cruel! Lleva mi último saludo a la ciudad donde nací. Tú eres la última ligazón con el mundo que en un tiempo fue también mío. Los mensajes recientes me han hecho saber que han cambiado muchas cosas, que mi padre ha muerto, que la corona pasó a mi hermano mayor, que me consideran perdido, que han construido altos palacios de piedra, allá, donde estaban las encinas a cuya sombra solíamos jugar. De cualquier manera, siempre seguirá siendo mi vieja patria. Tú eres la última atadura con ella, Daniel.
El quinto mensajero, Eduardo, que me alcanzará, si dios quiere, dentro de un año y ocho meses, no podrá volver a partir porque no tendrá tiempo de regresar. Después de ti, el silencio, ¡oh, dios mío!, a menos que encuentre los anhelados confines. Pero cuanto más avanzo, más me convenzo de que no existe frontera. No existe, sospecho, frontera alguna, por lo menos en el sentido que habitualmente le damos. No hay muralla de separación, ni ríos divisorios, ni montañas que cierran el paso. Probablemente atravesaré el límite sin ni siquiera advertirlo e, ignorante de mí, continuaré mi camino. Por eso he decidido que cuando Eduardo y los demás mensajeros, después de él, me alcancen nuevamente, en vez de volver a tomar el camino de la capital, se me adelante, para que yo pueda saber con anterioridad lo que me espera.
Desde hace un tiempo una ansiedad inusitada se apodera de mí por las noches y ya no se trata de la añoranza de las alegrías pasadas, como en los primeros tiempos del viaje; más bien es la impaciencia de conocer la tierra ignota a la que me dirijo.
Advierto -y no se lo he confiado hasta ahora a nadie- cómo de día en día, a medida que avanzo hacia la improbable meta, el cielo irradia una luz insólita como jamás había visto, ni siquiera en sueños. Ha quedado definitivamente atrás el último cielo azul.
Las plantas, los montes, los ríos que atravesamos, parecen hechos de una esencia diferente de lo ya conocido y el aire me acerca presagios que no sé transmitir.
Una nueva esperanza me llevará mañana por la mañana aun más adelante, en dirección a aquella montaña inexplorada que ahora ocultan las sombras de la noche. Una vez más levantaré el campamento, y Daniel desaparecerá en el horizonte en dirección opuesta, para llevar a la ciudad remota mi inútil mensaje.
FIN

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Los siete mensajeros[Cuento: Texto completo]
Dino Buzzati



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Publicado por VRedondoF para CyP el 9/24/2010 12:10:00 PM
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[FRP] "Acato y no cumplo".

 Nota de VRedondoF : para explicar el significado tomo un parrafo de don Dr.Carlos Torres y Torres-Lara en el escrito"RETOS DE LA CONSOLIDACION DEMOCRATICA DEL PERU LA "INSTITUCIONALIZACION" 

"....
La institucionalidad está basada en la idiosincrasia de cada pueblo. Descubierta la idiosincrasia las leyes que se dictan, si se asientan en ella, son fuertes pues su cumplimiento no solo depende de la sanción legal sino de la presión moral del grupo. De lo contrario el grupo presiona mas bien por el incumplimiento y premia al omiso.
Ricardo Palma ya advirtió este fenómeno desde tiempos del virreynato. Nos cuenta que: En tiempo de la Colonia, el Virrey tenía su manera de incumplir las normas y era ésta: "Después de dar cuenta de la cédula en el Real Acuerdo, poníase sobre sus puntales, cogía el papel o pegamento que la contenía, lo besaba si en antojo le venía, y luego, elevándolo a la altura de la cabeza, decía con voz robusta:
 Acato y no cumplo".

Esto que cuenta Palma es vital, no sólo en materia económica sino también política, particularmente en un país donde desde la Colonia, como él dice, fue corriente el dicho: "la ley se acata pero no se cumple" de lo que se derivan varias observaciones: 1) Hay ley pero no institucionalidad y 2) No hay institucionalidad porque la ley es inaplicable. 

Así las cosas, sería preferible que no haya ley, a que habiéndola todos la incumplan, pues esto fomenta otra "institucionalidad" la del incumplimiento de las normas.
......"


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Publicado por VRedondoF para FRP el 9/20/2010 06:02:00 PM
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[FRP] Echar a los leones



¿Sabías por qué decimos ECHAR A LOS LEONES para significar que se enfrenta a alguier con personas o situaciones peligrosas?
Y sin esperanza de salir airoso.
La expresión tiene su origen en la práctica romana de echar a los esclavos condenados a morir a las arenas del Coliseo o a las de otros muchos circos situados en las colonias de África o de España. Allí les aguardaban las fieras que se cebaban en ellos en una voraz carnicería para regocijo de los presente



Echar a los leones



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Publicado por VRedondoF para FRP el 9/17/2010 08:22:00 AM
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[FRP] No hagamos el paripé: todos hablamos como los gitanos



La Real Academia de la Lengua Española ya refleja desde hace años varias palabras en su diccionario que sin ningún tipo de duda proceden del pueblo calé (caló: negro; español: gitano). Y el profesor Miguel Ropero Núñez de la Universidad de Sevilla también ha elaborado una recopilación de algunos términos más en su estudio sobre "Los préstamos del caló en el DRAE".

Curiosamente, hoy en día la mayoría de esas palabras pertenecen al vocabulario coloquial, el más familiar.

Ya desde que eras un 
churumbel jugaste con tus pinreles a darle a la pelota y seguro que te lo pasabas chachi con tus amigos.

Cuando te hiciste un poco mayor, probablemente intentaste 
camelarte a ese chico o chica de clase que tanto te molaba y centrad@ en eso quizá dejaste de estudiar todo lo que habría hecho falta y cateaste alguna asignatura.

Y es que en 
España deben de ser muy pocos los que puedan dudar de que los gitanos, entre los que contamos con figuras tan destacadas como toda la saga de la familia Flores o el bailarín Joaquín Cortés, son uno más de nosotros.

Ya vivían en la península antes de que existiera incluso España como tal, pertenecen a la España más 
cañí (= de raza gitana).

Pero en Francia la población creciente de gitanos rumanos y búlgaros se encuentra en una situación bien distinta. Nicolas Sarkozy ha impulsado su expulsión y la situación se ha puesto tan 
chunga que incluso la Comisión Europea ha tenido que darle un toque de atención, pues parece que Francia acusa de chorizar y no currar a todos por igual.

A la Unión Europea le ha entrado el 
canguelo de que la situación vaya a mayores, aunque de momento no está claro si con la ley en la mano podrán hacer algo más para impedir esta nueva política. Tendrán que demostrar que se trata de una expulsión masiva.

Algunos analistas ya acusan al Gobierno de Sarkozy de haber cocinado la expulsión a fuego lento haciendo el 
paripé (caló: cambio, trueque) de que se trataba de medidas puntuales y justificadas, pero el desmantelamiento ya iniciado y anunciado de varios poblados gitanos ha hecho saltar todas las alarmas.




No hagamos el paripé: todos hablamos como los gitanos

06:00h | María Torrens lainformacion.es
Esta menda (yo) te va a demostrar que hay muchas palabras que todos los españoles utilizamos sin saber en muchas ocasiones que su origen es el caló, el lenguaje de los gitanos.


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Publicado por VRedondoF para FRP el 9/17/2010 08:06:00 AM
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[CyP] Mujima de Lafcadio Hearn

En el camino de Akasaka, cerca de Tokio, hay una colina, llamada Kii-No-Kuni-Zaka, o "La Colina de la provincia de Kii". Está bordeada por un antiguo foso, muy profundo, cuyas laderas suben, formando gradas, hasta un espléndido jardín, y por los altos muros de un palacio imperial.Mucho antes de la era de las linternas y los jinrishkas, aquel lugar quedaba completamente desierto en cuanto caía la noche. Los caminantes rezagados preferían dar un largo rodeo antes de aventurarse a subir solos a la Kii-No-Kuni-Zaka, después de la puesta de sol.
¡Y eso a causa de un Mujima que se paseaba!
El último hombre que vio al Mujima fue un viejo mercader del barrio de Kyôbashi, que murió hace treinta años.
He aquí su aventura, tal como me la contó:
Un día, cuando empezaba ya a oscurecer, se apresuraba a subir la colina de la provincia de Kii, cuando vio una mujer agachada cerca del foso... Estaba sola y lloraba amargamente. El mercader temió que tuviera intención de suicidarse y se detuvo, para prestarle ayuda si era necesario. Vio que la mujercita era graciosa, menuda e iba ricamente vestida; su cabellera estaba peinada como era propio de una joven de buena familia.
-Distinguida señorita -saludó al aproximarse-. No llore así.. Cuénteme sus penas... me sentiré feliz de poder ayudarla.
Hablaba sinceramente, pues era un hombre de corazón.
La joven continuó llorando con la cabeza escondida entre sus amplias mangas.
-¡Honorable señorita! -repitió dulcemente-. Escúcheme, se lo suplico... Éste no es en absoluto un lugar conveniente, de noche, para una persona sola. No llore más y dígame la causa de su pena ¿Puedo ayudarla en algo?
La joven se levantó lentamente... Estaba vuelta de espaldas y tenía el rostro escondido... Gemía y lloraba alternativamente.
El viejo mercader puso una mano sobre su espalda y le dijo por tercera vez:
-Distinguida señorita, escúcheme un momento...
La honorable señorita se volvió bruscamente. Dejó caer la manga y se acarició la cara con la mano... ¡El viejo vio que no tenía ojos, nariz ni boca!...
¡Huyó, gritando de espanto!
Corrió hasta el borde de la colina, oscura y desierta, que se extendía delante de él... Corría sin pararse y sin osar mirar hacia atrás... Por último vio, en lontananza, la luz de una linterna... Era una lucecilla tan pequeña que se hubiera podido confundir con una mosca luminosa. Era la bujía de un mercader ambulante, un vendedor de sopa que había levantado su tenderete al borde del camino. Después de la experiencia que el viejo acababa de sufrir, la más humilde de las compañías le pareció deseable. Se echó a los pies del vendedor de sopa, gimiendo:
-¡Ah!... ¡Ah!... ¡Ah!...
-«Koré»... «Koré»... -replicó el vendedor ambulante bruscamente-. ¿Qué le ocurre? ¿Le ha hecho daño alguien?
-¡No!... Nadie me ha hecho daño... -murmuró el otro-. Pero... ¡Ah!... ¡ah!... ¡ah!...
-¡Por lo menos le han dado un buen susto! -dijo el mercader, demostrando poca simpatía-. ¿Se ha encontrado con algún ladrón?
-¡No!... Pero, cerca del foso... he visto... ¡Oh!, he visto una mujer que... ¡Ah!, jamás podré describir cómo la he visto...
-¿Qué? ¿La ha visto, tal vez, así?... -exclamó el mercader.
Se acarició la cara que, de pronto, se hizo semejante a un huevo.
¡En aquel mismo instante se apagó la luz!
FIN


Mujima[Cuento. Texto completo]
Lafcadio Hearn



Lafcadio Hearn - Wikipedia, la enciclopedia libre

Patricio Lafcadio Tessima Carlos Hearn (Santa Maura, isla de Leucada, mar Jónico, Grecia, 27 de junio de 1850 - Tokio, 26 de septiembre de 1904) fue un ...
es.wikipedia.org/wiki/Lafcadio_Hearn - En caché - Similares








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Publicado por VRedondoF para CyP el 9/15/2010 10:00:00 AM
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[FRP] Apabullar


¿Sabías por qué llamamos APABULLAR a la acción de confundir, intimidar a alguien, haciendo exhibición de fuerza o superioridad?

En una discusión, en los inicios de una pelea…
El término se formó a partir de apalear y magullar, términos que denotan una fuerza superior y un daño. De este cruce se obtuvo apagullar, que dio lugar al significado actual: una paliza verbal.


Apabullar



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Publicado por VRedondoF para FRP el 9/14/2010 08:35:00 AM
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[FV] en la vida no hay soluciones, sino fuerzas en marcha

Mirad, en la vida no hay soluciones,
 sino fuerzas en marcha. 
Es preciso crearlas y las soluciones vienen.
Antonie de Saint-Exupery

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Publicado por VRedondoF para FV el 9/11/2010 05:32:00 PM
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[CyP] IDIOMA NACIONAL Poema (17)




Manuel Gil de Oto es el seudónimo de Miguel Toledano de Escalante (1870-1937), escritor español que vivió en Buenos Aires y que se plantea, en la siguiente composición, si España y Argentina hablan el mismo idioma:


IDIOMA NACIONAL


Con empeño necio y vano
y una ignorancia supina,
dice el español ufano
que conserva la Argentina
el idioma castellano.


Yo digo que para hacer
tan errónea afirmación,
cuyo valor se va a ver,
precísase conocer
la lengua de esta nación.


Es la argentina una extraña
lengua, que toma, amaña
de cien idiomas: yo opino
que tiene tanto de España,
como del ruso y del chino.


Como con afirmaciones
rotundas no se demuestra
nada, apoyo mis razones
dando al punto como muestra
un centenar de botones.


Sin previa preparación,
¿quién adivinar podría
que aquí es sandia la sandía,
que es salame el salchichón,
ni que es chaucha la judía?


¿Y quien que no esté iniciado
hallará el significado
de las que aquí apunto:
choclo, cívico, quinado,
alverjas, poroto y unto?


Las voces de uso corriente
las han trocado hábilmente,
armando un lindo ciempiés.
Dí, lector, todo al revés,
y hablarás como esta gente.


Llama al abrigo tapado,
y por faldas dí polleras;
los sombreros son galeras,
y ¡oh, indignación! han llamado
pavas a las cafeteras.


Pedido es la petición
un sirviente es un mucamo,
se llama patrón al amo,
y todos dicen reclamo
por decir reclamación.


A todo el mundo se ve
usar y abusar del che;
en vez de tú, dicen vos,
y aun es más curioso que
se diga ¡chao! por ¡adiós!


Un golfo es un atorrante;
mas si atorra un elegante,
se dice que es patotero
o farrista o bochinchero.
(El tipo abunda bastante.)


Hacen de la población
cuadras de igual extensión,
para que cada cual viva,
sin advertir la alusión,
en su cuadra respectiva.


Otras palabras: diarista,
galpón, pito, ascensorista,
pucho, balanceador,
calote, educacionista,
tambo, chacra y changador.


Todo lo que causa agrado
dicen que es lindo o es chiche;
llaman sonso al abobado,
un tenducho es un boliche,
y un conscripto es un soldado.


El mundo que triunfa y priva
se llama la gente bien,
mujer es voz despectiva,
y palabrota ofensiva
es individuo también.


Un anuncio es un aviso,
occiso un asesinado,
y distinguen con cuidado,
diciéndonos si fue occiso
con talero o baleado.


Dicen venite y salite,
por no decir ven y sal,
y, con desacierto igual,
la gente más fina omite
la sílaba del final.


Y dicen vení y salí,
o bien ¡espianta de ahí!
(pues todo es la misma cosa.)
También es frase curiosa
y típica: ¡A mí, maní!


El agua de Seltz es soda,
dicen ajuntar y ajunte,
rico tipo es voz de moda,
y al pavo o al que incomoda
no se le lleva el apunte.


El sentido han trastocado
al sustantivo recado,
y hasta al adverbio recién
y, en fin, ¡el colmo! han llamado
al petróleo kerosén.


Dan sentido singular
a voces que han pervertido,
y así dicen trepidar,
ubicación y pedido,
vincularse y auspiciar.


Otro colmo que delata
bien que esta lengua insensata
la enreda el mismo Luzbel:
todo el dinero es papel
y ha de decir que es plata.


Siempre se dice en inglés
tranway, stud y motorman,
dicen usina en francés,
y hay frases en portugués,
y giros en alemán.


Del italiano no hablemos,
pues no hay dialecto italiano
que en la Argentina ignoremos;
se barre en napolitano
y en siciliano bebemos.


Va la lengua castellana
tan mezclada a la italiana,
que grandes y chiquitines
parecemos cherubines
del dúo de La Africana,


pues, decimos ma por pero,
farabuti (hombre grosero),
y en las fondas y figones
reemplazan los macarrones
al archiespañol puchero.


El que se marcha de un lado
es que se manda a mudar,
ir de juerga es farrear,
tomarse estar embriagado
y hacer el oso, afilar.


Desde ya es un desatino
que a cada paso se mete
al hablar. Tampoco atino
por qué dirá el argentino
es al ñudo o al cohete.


Es la calva la pelada
una suerte, una bolada,
al pedir llaman pechazo,
una biaba es un trompazo
y se estrila el que se enfada.


Otro dislate inaudito:
irse a lo de Fulanito,
donde el lo es casa a su modo…
dicen Juancito y pancito,
para decirlo mal todo.


¿Cómo no? es afirmación,
aunque a nada compromete.
¡qué esperanza! es negación,
y es chocante admiración
¡La gran flauta! o ¡La gran siete!


Dicen banca, fondo, chata,
y sindicar y ocurrir
y, en fin, ¡basta! ¿A qué seguir?
¿Quién es capaz de escribir
cuanto aquí se disparata?


Es lo apuntado un sumario
económico, usuario,
y que sin embargo, basta
a indicar el Diccionario
que en la Argentina se gasta.


Y hago el resumen por si…
pruebo a España que es macana
pensar que hablamos aquí
una lengua que es hermana
de la que usamos allí.

Miguel Gil de Oto



Poema (17)






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Publicado por VRedondoF para CyP el 9/09/2010 07:34:00 PM
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