—Tiene usted un problema —siguió diciendo Bud—. La gente que trabaja con usted lo sabe, su esposa lo sabe, su suegra lo sabe, y apuesto a que incluso lo saben los vecinos. —Me sonrió cálidamente—. El problema es que usted no lo sabe.
Me quedé sin saber qué decir. ¿Cómo podía saber que tenía un problema, si ni siquiera sabía cuál era ese problema?
—Creo que no acabo de entender a qué se refiere. ¿Me está diciendo que... yo... ?
No tenía ni la menor idea de lo que me estaba diciendo.
—Bueno —me dijo con una expresión que parecía como si disfrutara con la situación—, piense en los siguientes ejemplos como aperitivo. ¿Recuerda aquella ocasión en que tuvo la oportunidad de llenar el depósito del coche antes de que lo tomara su esposa, pero decidió que ella también podía hacerlo, así que regresó a casa con el depósito casi vacío?
¿Cómo diantres podía él saber eso?, me pregunté.
»¿O aquella otra ocasión en que prometió a los chicos llevarlos a ver el partido, pero se arrepintió en el último momento con una débil excusa porque le surgió algo más atractivo?
Pero ¿ cómo podía saber esas cosas?
»¿O la vez en que, en circunstancias similares, llevó a los chicos al partido, pero los hizo sentirse culpables por ello?
Oh, oh.
»¿O la ocasión en que le estaba leyendo un cuento a su hijo pequeño y le engañó pasando dos páginas seguidas, porque estaba impaciente por terminar, y de todos modos confiaba en que él no se daría cuenta?
Sí, pero lo cierto es que no se dio cuenta.
»¿O aquella vez en que aparcó en el espacio reservado para discapacitados y luego, al ver que lo miraban, fingió cojear para que la gente no se pensara que era un aprovechado?
¡Eh, yo nunca he hecho eso!
»¿O cuando hizo lo mismo pero se alejó del coche con aparente y apresurada intencionalidad, para demostrar que el recado que tenía que hacer era tan importante que no le quedaba más remedio que aparcar allí?
Bueno, tengo que admitir que eso sí lo hice alguna vez.
»¿O la vez en que, conduciendo por la noche, el conductor que iba detrás mantuvo encendidas las luces largas, usted lo dejó pasar y le hizo lo mismo?
Bueno, ¿y qué?
»Y si piensa en su estilo en el trabajo —siguió diciendo, ahora ya sin detenerse—, ¿degrada a veces a los demás? ¿Se muestra en ocasiones condenatorio y despectivo con personas que le rodean, desdeñoso ante lo que toma por pereza e incompetencia?
—Supongo que eso puede ser cierto algunas veces —conseguí murmurar.
Tenía que admitirlo, puesto que parecía saberlo—.Pero...
—¿O trata de hacer con más frecuencia lo que pueda considerarse como aceptable? —me interrumpió—. ¿Es condescendiente con la gente a su cargo, mostrándole amabilidad y toda esa «blandura» que le parece indicada para lograr que hagan lo que usted desea, aunque en el fondo siga sintiendo desprecio por ellos?
Eso ya lo sentí como un golpe demasiado bajo.
—Me esfuerzo por tratar a mi gente correctamente —protesté.
—Estoy seguro de que es así—asintió—, pero déjeme hacerle una pregunta.
¿Cómo se siente cuando los trata «correctamente», como usted dice? ¿Se diferencia eso en algo de las ocasiones en que ha sido severo y despectivo con ellos? En lo más profundo de usted mismo, ¿existe alguna diferencia?
—No estoy seguro de saber a qué se refiere —repliqué, tratando de ganar tiempo.
—Me refiero a lo siguiente: ¿tiene el sentimiento de que debe «mostrarse superior» con los demás? ¿Cree, honradamente, que debe trabajar muy duro para alcanzar éxito como director, al estar atascado con la clase de gente con la que está atascado?
—¿Atascado? —repliqué, evasivamente.
—Piénselo y sabrá a qué me refiero —me dijo él, sin dejar de sonreír.
Pensé frenéticamente. No había forma de escapar. Finalmente contesté:
—Bueno, supongo que es cierto. Creo que hay mucha gente que es perezosa e incompetente. Pero ¿qué puedo hacer yo? Decírselo no suele ayudar, así que intento hacerlos funcionar de otra forma. A algunos los camelo, a otros los motivo, con otros procuro ser más perspicaz, y así sucesivamente.
Además, intento sonreír mucho. En realidad, me siento orgulloso de mis actitudes.
—Comprendo —asintió Bud con una sonrisa—. Pero cuando hayamos terminado no se sentirá tan orgulloso. Lo que hace usted es a menudo erróneo.
Lo miré con incredulidad.
—¿Cómo puede ser erróneo tratar a la gente correctamente?
—Lo cierto es que no los trata correctamente. Ese es el problema. Y está causando más daño del que es consciente.
—¿Qué quiere decir? Eso es algo que va a tener que explicarme —le dije, ahora enojado, al tiempo que aturdido.
Quería saber a qué venía todo aquello.
—Me complacerá mucho explicárselo —me dijo con serenidad—. Puedo ayudarle a conocer cuál es su problema y qué hacer al respecto. Esa es la razón por la que nos hemos reunido. —Hizo una pausa y añadió—: Y puedo ayudarle porque yo también tengo el mismo problema.
Bud se levantó de la silla, con lentitud e incluso cierta solemnidad, y empezó a caminar a lo largo de la mesa.
—Para empezar, necesita conocer un problema que se halla situado en el núcleo mismo de las ciencias humanas.